Para leer un rato:
La idea detrás de la historieta
Bernardina hacia la tormenta
(este texto va a modo de epílogo en el libro)
La era del
andrajo y una constante uruguaya
Cuando estalló la
crisis económica del año 2002 una ola de desesperanza se instaló en Uruguay. Se
concretó ese año un largo proceso de decaimiento en el que la mayoría de la
gente parecía creer cada vez menos en las oportunidades que el país ofrecía. El
futuro se veía cada vez más negro. La pobreza había aumentado hasta volver a
los niveles que tenía en 1991 y uno de cada tres uruguayos estaba por debajo de
la línea de la pobreza, según un cálculo del sociólogo Fernando Filgueira. El
desempleo afectaba al diecisiete por ciento de la población. Había quienes
perdían su trabajo y se iban a buscar cualquier oferta en España o en Estados
Unidos. También hubo quienes dejaron sus trabajos y hasta abandonaron sus empresas
para terminar en el extranjero, empleados en puestos que estaban por debajo de
lo que hacían antes pero que, por los más diversos motivos, les parecían más
atractivos que cualquier cosa en su propio país. En esos tiempos, buena parte
de los que no se fueron consideraron la posibilidad de emigrar.
Filgueira decía
en un artículo sobre la crisis social de ese año, que el malestar social y
todos los problemas asociados no solo eran consecuencia de la crisis económica
ni de los años previos de recesión. Aunque los problemas sociales se habían
vuelto más graves y notorios en esos años ya estaban presentes antes y, según
él, iban a seguir incluso en tiempos de crecimiento económico. En la siguiente
década la realidad social no pasó a ser algo esplendoroso, pero el proceso de
desmotivación se detuvo y gradualmente se revirtió, por suerte.
Ni el fútbol, ni
la rambla, ni la tendencia a quejarse ni el tango ni la grisura de espíritu, ni
el asado definen tan bien a los habitantes de Uruguay como la idea del exilio. Es
un concepto que parece estar marcado en el ADN nacional que ha estado presente
en numerosos momentos de la historia, tanto con las sucesivas oleadas de
inmigrantes que forjaron el país como en las oleadas de emigrantes que lo
abandonaron antes y durante la dictadura de 1973 y también en las décadas que
siguieron, en las que Uruguay no volvía a ofrecer las perspectivas que
supuestamente daba en los años cincuenta.
Irónicamente, la
última crisis económica, cuya aura de desesperanza se convirtió en denominador
común de los uruguayos, siguió su proceso ciento noventa años después del Éxodo
del Pueblo Oriental, el episodio de la gesta independentista que ofreció a los
pobladores del territorio una idea tangible de unidad. Pero como la realidad no
opera en función de aniversarios, en el 2002, cuando se cumplieron también
ciento noventa años del regreso del Éxodo a la Banda Oriental, no ocurrió lo
mismo con los exiliados por motivos económicos.
El año 1983 fue
particularmente duro desde el punto de vista de los que emigraban de Uruguay,
huyendo del oscurantismo que imponía la dictadura y de las pocas esperanzas que
se avizoraban en el horizonte. El 26 de diciembre, como un regalo de Navidad y
también como una caricia optimista para llegar a fin de año, llegó un vuelo
desde España. Venían ahí ciento ochenta y cuatro niños que eran hijos de
exiliados y presos políticos que no podían pisar el país. El viaje fue montado
por organizaciones sociales y políticas de España y el respaldo de su gobierno
y la una caravana de miles de personas los recibió calurosamente. “Ya vamos a volver, pero para siempre y con
nuestros padres” dijo una de las niñas de la delegación cuando fue entrevistada
para la televisión. Esos niños tenían claro todo lo que ocurría a su alrededor,
y no es disparatado decir que esta consciencia también estaba presente entre
los niños que participaban del Éxodo en 1811.
Unos mil de los
cinco mil civiles que participaron del Éxodo eran niños y su realidad,
ciertamente, no escapaba a la de los adultos que marcaban su marcha. “Fue una
larga prueba de miseria y de privaciones: en la Banda Oriental se había
iniciado la era del andrajo”, dijo el investigador Carlos Maggi. Algunos textos
de José Gervasio Artigas describían crudamente la situación del pueblo que lo
siguió desde el 23 de octubre de 1811 hasta 1812 en una peregrinación en la que
el pueblo buscaba un refugio en tiempos duros, protección ante posibles
acciones del Virrey Elío y también ejercía un acto de rebeldía ante la realidad
que los superaba a todos. Artigas decía que quienes iban con él aparecían a
veces desnudos, pobres, hundidos en la miseria y al mismo tiempo impulsados por
una resolución admirable.
El historiador y
divulgador Lincoln Maiztegui resumió las implicancias de este episodio
histórico de esta forma: “El sentimiento de `orientalidad´ surgió sin duda en
esta doliente coyuntura como consecuencia de la tristísima peripecia que les
tocaba vivir. Enfrentados a los españoles, no podían sentirse tales;
traicionados —así lo sentían— por el gobierno de Buenos Aires, no podrían jamás
considerarlo como propio. Definitivamente, eran otra cosa; eran los orientales”.
El Éxodo tuvo
cuatro nombres. Sus participantes le llamaron Redota, no solo por considerarlo
una derrota y una decepción sino también por el derrotero que siguieron hacia
el norte junto a Artigas y sus milicias. El termino Éxodo, de claras
reminiscencias bíblicas, fue usado por primera vez por el escritor e
historiador Clemente Fregeiro, en 1883. Por otra parte, el coronel Ramón de
Cáceres, quien participó del episodio, lo bautizó como Procesión. Y,
finalmente, el historiador Agustín Beraza hizo eco del término que empleó el
propio Artigas y habló de una Emigración.
Claro que esta
Emigración tuvo antecedentes muy distintos a los que vivieron los emigrantes
que llegaron al país desde Europa en la primera mitad del siglo XX y a los que
se fueron de Uruguay por la dictadura de 1973 y posteriormente por la crisis
económica de principios de este siglo.
Un hecho clave en
la sucesión de antecedentes fue el Grito de Asencio, del 28 de febrero de 1811,
cuando los caudillos locales Venancio Benavídez y Pedro Viera se pronunciaron a
orillas del arroyo Asencio a favor del gobierno revolucionario de Buenos Aires.
Otro momento destacado fue la Batalla de las Piedras, el 18 de mayo, en la que
Artigas derrotó a 1200 marinos españoles. Esta batalla dejó a Montevideo, que estaba
a favor de España, bajo un sitio que se inició dos días más tarde.
El gobierno de
Buenos Aires pactó un armisticio con el Virrey Elío. Éste levantaba el bloqueo
naval a cambio de disponer de la Banda Oriental sin tomar represalias contra
quienes lo habían enfrentado. Los portugueses debían retirarse, cosa que no
hicieron. Los habitantes de la Banda Oriental no estuvieron a favor del
armisticio ya que los dejaba a merced de Elío, su enemigo.
A estos hechos
siguieron dos asambleas importantes. Una fue el 10 de setiembre, celebrada en
la panadería de Vidal, fuera de los muros de Montevideo. En ella los delegados
del gobierno de Buenos Aires explicaron sus motivos para firmar el armisticio
con Elío mientras que los vecinos de la Banda Oriental manifestaron su rotunda
oposición.
La otra asamblea
fue el 10 de octubre, en el sitio conocido como la quinta de la Paraguaya.
Nuevamente delegados de Buenos Aires hablaron a favor del armisticio mientras
que los orientales prometían mantener el sitio de Montevideo comandados por
Artigas. El caudillo fue reconocido como jefe y autoridad política de los
orientales en esta asamblea.
Pero el gobierno
de Buenos Aires firmó el armisticio con Elío el 20 de octubre.
Ese mismo día
Artigas, quien ya había sido nombrado gobernador de Yapeyú, en la provincia de
Corrientes, inició la retirada. El 23 de octubre, durante una nueva asamblea de
los orientales junto al río San José, al oeste de Montevideo, Artigas dijo a
sus hombres que acataría el armisticio y que se iría hacia Yapeyú, al norte.
Quienes estaban presentes dijeron que retomarían la lucha en cuanto tuvieran
oportunidad. En los días siguientes a la marcha se sumó el pueblo de la Banda
Oriental. Y así comenzó el Éxodo.
Entre 1963 y 1975
se fueron unos doscientos dieciocho mil uruguayos. La cantidad superó la de los
inmigrantes que habían venido en décadas previas y que habían contribuido a dar
forma a la fuerza productiva del país. Tras la gran huida del 2002 se calculaba
que medio millón de uruguayos vivía en el extranjero, lo que equivale al
dieciséis por ciento de la población. En 2002 se fueron unos veintiséis mil
uruguayos. Al año siguiente el aeropuerto vio despedirse a la misma cantidad de
gente. Las cifras podrían seguir acumulándose hasta perder sentido o abrumar. A
diferencia de lo que ocurrió en 1811, estos Éxodos modernos se dieron de forma
diluida, pero igualmente acompañados por un sentimiento común entre quienes
partían y quienes permanecían en el país. Son procesos en los que la
desesperanza se intenta combatir con la idea de que en el horizonte puede haber
mejores oportunidades que las que hay donde se vive. Aunque lo que esté a la
vista sea una tormenta y, tarde o temprano, uno termine por regresar.
Fuentes
Artículo
“Disminuyó la emigración uruguaya”, publicado en el diario La República, 4 de
enero de 2005. Monografía “Emigración en Uruguay”, sin autor, posteada por el
usuario Jorge Rodríguez en el foro www.redota.com. Artículo “Sigue la sangría uruguaya”, de Gabriela
Vaz, publicado en el diario El País. Artículo “Tendencias, coyuntura y
estructura: la crisis social en Uruguay”, de Fernando Filgueira, publicado en www.henciclopedia.org.uy. “Viaje de los niños a Uruguay”, programa de canal 10, conducido por María
Inés Obaldía. Tomo 1 de “Orientales”, de Lincoln Maiztegui, editorial Planeta.
Tomo 1 de “En los tiempos de Artigas”, de Ana Ribeiro, editorial Planeta.
“Padrón de familias que acompañaron al Gral. José Artigas en 1811”, publicación
del Museo Histórico Nacional. “Artigas y el federalismo en el Río de la Plata”,
primera parte, de Washington Reyes Abadie, Ediciones de la Banda Oriental.